Lecciones prácticas de ética en Alianza PAIS, memoria de un becario

Hubo un día terrible en mi vida. Les conté sobre eso meses atrás. Fue el día que decidí escribir sobre una contratación realizada por la Secretaría de Inteligencia. Ese día hackearon Facebook, Twitter y Google de la revista para la que escribí. El editor estuvo en contacto continuo conmigo durante este tiempo y me supo transmitir su miedo y desesperación. Un poco más tarde, hubo gente contactando a mi hermana para pedirle mi correo. Le dijeron que era «para lo de la beca» que meses más tarde me permitió salir del país. Me escribió luego un amigo mostrando capturas de pantalla falsas. Los autores querían involucrarme como trabajador de la SENAIN y aducían que las capturas venían de Wikileaks.

Ese día el ex-secretario René Ramírez me contactó via Telegram para preguntarme si estaba bien. Le mentí y le dije que sí y ambos fingimos que no pasaba nada. Luego recibí mensajes amenazantes en mi whatsapp, un correo con rastreador de IP y finalmente mi internet fue desconectado. Cuando me di cuenta que no tenía internet, quise salir de casa. Me subí al auto de mi padre y le dije que iba a ir a la SENESCYT (a mi oficina) donde tenía que recoger unos pocos papeles. Mientras la puerta del garage terminaba de cerrarse llegaba un auto negro con vidrios ahumados y dos personas en el interior con corte de cabello militar a parquearse frente a mi casa. Por lejos, el peor día de mi vida, no por lo que me pasó —que a la postre fue nada— sino por el tiempo que me costó deshacerme de ese miedo, de esa paranoia.

Al llegar la noche, y tras haber cancelado una entrevista en radio con Andrés Carrión, del puro miedo, le escribí a René nuevamente. Le dije que estaba muy asustado y que no sabía que hacer. Literalmente le dije que me diga qué hacer. «Ven a mi oficina mañana». En esos días, René casi no pasaba en su despacho en la Av. Alpallana sino que operaba desde el edificio del Consejo de Educación Superior. Para mi mala suerte, las dos instalaciones estaban a pocos metros de los cuarteles de la SENAIN y a mí me daba pánico que algo llegara a pasarme. Al día siguiente, bajé en la bicicleta hasta la República y Orellana para encontrarme con un amigo en común, mi testigo de todo lo que fuera a pasar: Rafael Bonifaz. Ambos nos dirigimos al CES, que queda a pocas cuadras de ahí, y fuimos recibidos en el último piso.

René nos comentó un poco de cosas que ya conocíamos, la política interna de Alianza PAIS respecto al espionaje político. En teoría, no se hacía. Y se decidió así después de que se descubriera el seguimiento a los propios miembros del partido. Nos pidió que le explicáramos de qué se trataba la última filtración. Recuerdo haber repetido algo de lo que escribí para Gkillcity en ese entonces:

Hacking Team permitía a sus clientes acceder, por ejemplo, a los contactos de Skype, Facebook y Google Hangouts de un celular Android, a las grabaciones de llamadas realizadas mediante telefonía móvil, Skype o Viber, a los chats de aplicaciones como Skype, Whatsapp, Viber, Line, Facebook, Hangouts y Telegram, a los correos de Gmail, las contraseñas de wifi. Los agentes podían grabar el micrófono y acceder a la localización del celular. Si una persona utiliza Windows —como la mayoría en el país— el atacante puede obtener los chats y ubicaciones de Facebook, las charlas de voz y texto de Skype, los correos de Gmail y Outlook, archivos, transacciones, puede prender la webcam, grabar con el micrófono ambiental, acceder a la ubicación del dispositivo y, todo esto sin que uno lo note.

Le mencioné también sobre la posibilidad de que tengan control remoto de cualquier computadora para implantar evidencia (pegar una carpeta con pornografía infantil, por ejemplo). Y todo lo que en ese entonces se podía inferir de documentación que para entonces ya era pública. René se mostró preocupado, la conversación circundó los temas del espionaje político y las divisiones internas de Alianza PAIS, un movimiento que ha mantenido la mayoría de sus conflictos puertas adentro, al mejor estilo del gobierno chino. Claro, ahí cada actor político tiene su versión del bien y el mal, o los menos ideológicos, de lo que es práctico o no. La conversación llegó a un punto crítico. Algo que he discutido únicamente con un puñado de gente.

René confesó (y aquí parafraseo):

«Ayer me llamaron [de la SENAIN]. Me dijeron que todo es mentira, que todo lo que hacen es legal». La que, desde entonces, y pese a las evidencias, ha sido su postura oficial.

«Me preguntaron por ti, les dije que trabajas aquí, que eres un buen chico. Y me pidieron que te quite la beca… Tuve que pararme fuerte». Esta última frase la repitió un par de veces. «Les dije que yo no puedo hacer eso, tuve que pararme fuerte».

Ahora entendía por qué René preguntó el día anterior que cómo estaba. Pues nada, esto no es evidencia de que todo lo otro que me sucedió este relacionado con esta gente, pero así es como uno lo siente. El contexto no da para muchas otras posibilidades. Las historias de otros son bastante similares y uno evita tener un desenlace similar: las flores que llegan a tu casa, la caja con el gato muerto, las amenazas veladas a la familia. Y tengo la impresión de que René también lo sabe. Minutos más tarde me pregunta sobre mi beca, sobre la fecha de mis viajes y una pregunta que más pareció sentencia: «¿no puedes adelantar tu viaje?»

Y no podía pues. Apenas me alcanzaba para el pasaje. En esas épocas yo tenía muy presente el drama de lo vivido por mi amiga Bethany Horne, tras la publicación de un artículo de prensa sobre los Taromenani, Bethany terminó saliendo del país. ¿Qué remedio me quedaba sino seguir el instinto de animal amedrentado que se esconde para no sufrir? No estuve tranquilo ni siquiera cuando volví a pasar vacaciones al país un año después. No tienen idea de la miseria que sentí cuando vi al mismo partido ganar otra vez.

¿Por qué romper el silencio? Por nada. Estoy harto de que gente de Alianza PAIS quiera dar lecciones de moral, pero me pongo especialmente sensible cuando me las quieren dar a mí. Cuando mienten al decir que no hay persecución política y se actúa dentro de la ley mientras hacen llamadas para, precisamente, torcerla. Escudados en el velo de la disciplina partidista, del sigilo que exige la lealtad y de la ley escueta que acomodaron dentro de un discurso que habla de escuelas del milenio y carreteras.

René, siempre le estuve agradecido por lo que hizo ese día, pero para ser sincero tampoco lo terminé de entender. Somos culpables de lo que decimos y callamos, respectivamente. Lo siento por la infidencia.

¿Qué es importante?

Cada día de mi vida durante los últimos meses me hago esa pregunta: ¿Qué es importante? Lo hago al momento de decidir en qué enfocarme en mi trabajo, cuando pienso en cambiarme a otro. Al encontrar un vacío en mi tiempo libre o cuando me falta voluntad para algo. Es que uno es atípico, no en el sentirse cansado o deprimido, que eso le pasa a todo el mundo, sino en pensar que eso se debe al estado del mundo en general.

No paso hambre, incluso si no tuviera trabajo tendría una familia que me ama y protege, no pesa sobre mí diagnóstico alguno pero sé que cada día mueren miles de niños por simple hambre, que una de cada cuatro personas en el mundo no tiene acceso a agua potable, que una cantidad igual murió sin haber realizado una llamada telefónica en su vida en la década pasada. Sé que estamos acabando con la vida y su diversidad, actualmente la capacidad de regeneración de la Tierra está por debajo del nivel de consumo de quienes la habitamos. Eso quiere decir que, además de gestionar una pobreza artificial (el 30% de la producción de alimentos va a la basura sin que nadie haya tocado esa comida), estamos creando una escasez de recursos irreparable. He decidido pensar que esta es la causa de mi angustia.

Al mismo tiempo, las personas nos enfrentamos a una paradoja inusual, en un mundo globalizado tenemos fuerzas que están distribuyendo el poder de negociación al tiempo que otras buscan acumularlo en unas pocas manos. Así, mi alcance puede ser mucho mayor que hace una generación, donde casi nadie usaba la web, pero las estructuras que uno aspira modelar también se defienden de forma más eficiente. En un país pequeño, incluso ser presidente no es suficiente. Todos los ecuatorianos podríamos dejar de existir el día de hoy que las tendencias continuarían siendo exactamente las mismas, aún si un domo enorme protegiera nuestro territorio de cualquier posible amenaza. Un problema global requiere de soluciones globales, no humanas.

El problema con los seres humanos es cuádruple: En primer lugar, no somos buenos para hacer frente a «problemas de largo plazo» o postergando la gratificación; dado que nuestras raíces están en la supervivencia diaria en la sabana, nos cuesta pensar en los efectos a largo plazo de nuestras acciones actuales en el medio ambiente. En segundo lugar, somos excesivamente optimistas y confiados, y aunque esto puede haber ayudado a nuestra supervivencia antiguamente y sigue siendo relacionado con el éxito y la esperanza de vida, tiene un inconveniente – que en general no nos gusta escuchar una mala noticia y no estamos preparados para ello sin importar cuán cuantificable sea la noticia. En tercer lugar, no somos capaces de comprender los efectos del crecimiento compuesto (exponencial), lo que significa que ignoramos sus efectos sobre los recursos limitados y, en última instancia, su insostenibilidad. Por último, tenemos una confianza injustificada en el cerebro humano y su capacidad intelectual para salir a nuestro rescate en esta materia; dada la capacidad del cerebro para mantener una actividad intelectual infinita esto no nos debe sorprender, pero no debemos simplemente asumir que esa capacidad infinita aplica al entorno natural (Jeremy Grantham).

Nos preciamos de ser racionales, pero nuestro comportamiento no escapa a nuestros orígenes. Emotivos como somos, no somos capaces de ver con ojos críticos a eso de venderle el alma (nuestro planeta) al diablo (quien sea que esté de actor de turno en el sistema económico que produce dinero de la nada), sea en grandes porciones, como es el caso de las concesiones petroleras o en cómodas cuotas, como cuando vendemos tiempos y morales porque toca pagar las deudas, ganarse el pan de cada día o vivir mejor. Podemos ponernos a reflexionar sobre el estilo de vida que llevamos, condenar a la corrupción, rezar por un mundo mejor, hasta dedicar horas de nuestra vida para cambiar la situación, pero más tarde que temprano vemos números rojos y «ahí quedó «.

Lo que no se cuenta no existe es un eufemismo, la verdad es que lo que se cuenta impera e impone, sino fíjense qué parámetro es el que prima antes que cualquier otro cuando se trata de evaluar qué país va ganando en la carrera hacia ningún lugar. Recortar el gasto social o sacrificar la biodiversidad es justificable siempre que el PIB aumente.  ¿Existen alternativas? Claro que sí, el indice de desarrollo humano, que cuantifica la esperanza de vida, la tasa de alfabetización, el nivel de riqueza, entre otras. Pero el PIB se mide en dólares, todo el mundo entiende eso. Los puntos en el índice de desarrollo humano también son fáciles de entender pero no es algo con lo que nadie vaya a negociar.

¿Te parece si te cambio cinco dólares por un medio punto en mi índice de desarrollo humano del día de hoy?

Hace poco leí acerca de un add-on para google chrome que hace algo de lo más llamativo, te pregunta cuánto ganas por hora y después de eso transforma los precios en pantalla en las horas de trabajo que uno tiene que invertir para acceder a los productos. Abajo, por ejemplo, he incluido un gráfico de lo que sucede cuando quiero comprar libros en Amazon.com. Fíjense en el primer ítem ¡me dan 12 minutos de descuento!

El tiempo es dinero
¿Qué es importante? es la pregunta que nos debemos hacer para cambiar el mundo, pero es una pregunta sobre la que debemos reflexionar como sociedad. Seguramente todos estaremos de acuerdo en que tener un flujo constante de recursos es más importante que un flujo constante de dinero si tenemos que escoger entre el uno o el otro, como actualmente es el caso. El asunto es que todo nuestro aparato económico y político gira en torno a la moneda, por ende urge crear un estándar distinto para la política y la economía. En Ecuador, por ejemplo, se ha creado un Ministerio para que sepa ejecutar este propósito. Literalmente el decreto N° 30 dice:

La Secretaría de la Iniciativa Presidencial para la construcción de la sociedad del Buen vivir cumplirá la función de coordinar con las diferentes instituciones del Estado, especialmente con la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo, todas aquellas acciones que impulsen el nuevo modelo que está basado en el Sumak Kawsay.

Y aunque esto le resulte risible a muchas personas, este es el paso más importante que se pudo haber dado en la construcción y consolidación de un nueva economía. No sé si el Estado lo toma tan seriamente como yo lo hago, si sus intenciones sean tan fuertes como las que yo tuviera al haber creado dicha institución o si se trata de una posición política creada sin mucha planificación o perspectiva, pero está ahí; y la semana pasada, junto con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, desarrolló el taller de métricas para el buen vivir. 

Ahí estaba yo, en primera fila, viendo de qué iba la cosa, en la mesa que inauguró el evento estaban Freddy Elhers (que para mí peca de confundir la labor de un ministro con la de un gurú), el director del INEC y René Ramírez, quien presentó una charla magistral sobre su libro: «(Good) Life as the ‘Wealth’ of Nations«, claro que el libro está en español pero recalco el título que René usó en inglés para ilustrar de una mejor manera su intención, la de crear una narrativa distinta a la dominante:

La escasez […] establece límites a la reproducción de los pobres y la naturaleza no puede hacer frente a esto de ninguna otra manera que con la eliminación de sus hijos (Adam Smith, La Riqueza de las Naciones).

El René presenta un concepto que es de lo más interesante, en vez de medir cuanta plata nos ingresa, sea como nación o individualmente, él propone medir el tiempo que uno ha experimentado con satisfacción, lo que usualmente implica al tiempo que uno pasa en relación con otros, con la naturaleza o con uno mismo. «Trabajar o ir de compras es menos de la mitad del tiempo que uno vive» y como tal estamos dejando una proporción muy grande de nuestra vida fuera de nuestra planificación y nuestra economía. Mas importante aún, contamos la parte de la vida que la mayoría de nosotros odiamos. En Ecuador, sólo el 3,4% de la población económicamente activa considera que trabajar no es un sacrificio.

Los seres humanos somos seres racionales, pero la toma de decisiones como sociedad es principalmente emotiva, puede que hayan mejores índices para medir una sociedad perfecta, que tomen en cuenta la termodinámica, la cantidad exacta de cada recurso, el nivel educativo individual de cada persona, pero una medida simplificada que impacte es muy difícil de lograr. Lo más importante de la obra del René es que permite utilizar una variable que le hace competencia al dinero: el tiempo que disfrutas. Si alguien fuera a ofrecerte un salario mayor o el mismo salario pero con menos horas de trabajo, te la piensas. Si decimos que vamos a maximizar el tiempo que uno tiene para el deporte, la familia, los amigos, la lectura en lugar de maximizar ingresos, no suena tan mal. Incluso hablando de su investigación inconclusa, la planificación económica que cuenta el tiempo que un ecosistema demora en desarrollarse considera mucho más valioso al Yasuní que a un bosque de pinos recién plantado, y lo dijo en su conferencia.

La propuesta es tan buen que en 2012, New Economic Foundation la seleccionó como candidata para establecer una métrica que reemplace al PIB, fue presentada en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (RIO+20 para los que no somos entendidos). Usualmente la economía se auto-evalúa, construye sus índices para compararse consigo misma, pero tener un parámetro que considere a la vida como el centro del desarrollo permitirá evaluar qué tan ciertas son las afirmaciones de los «neoliberales» o incluso de los «socialistas del siglo XXI». Para quien le interese ¿por qué no habría de interesarte? René publicó un resumen de su libro en la revista de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica, es apenas una docena de páginas, tal vez unos 45 minutos y es gratis, no sé como calce eso en el PIB.


bbrp

El índice de externalidades

David Graeber, el (ir)respetado antropólogo, abrió mis ojos a una nueva realidad. Contar es malo. Sé que es lo primero que uno aprende en la escuela, y tal vez es la base de toda ciencia actual y de las herramientas que usamos para que nuestra vida sea mejor, pero Graeber no se refería a ese tipo de contabilidad matemática, sino específicamente a ponerle el precio a las cosas que intercambiamos, lo cual termina, según sus investigaciones, como un pretexto para ejercer violencia.

No siempre fue así, inicialmente las comunidades humanas eran de unas pocas personas, donde todas se conocían entre sí. No existía tal cosa como la especialización ni un mercado, sino que la gente se ayudaba entre sí, en una especie de economía del regalo. No engañamos a nadie, evidentemente cuando dabas algo a alguien, esperabas que eventualmente esa persona te devuelva ‘algo’. La falta de exactitud de ese ‘algo’ nos permitía ser flexibles, llevarnos bien con el amigo.

Sin embargo, hubo un punto en la historia donde se empezó a introducir la moneda, en diversas formas de contabilidad, casi siempre por parte del estado como una especie de impuesto/imposición. Lo que empezó a ocurrir entonces es que emergieron ciertas fricciones, no era lo mismo devolver una dádiva que contaba por 3 pescados si tú habías dado 15. Una versión moderna de esto diría: no mezcles dinero con amor. El poner un número exacto a una deuda te incita a ejercer violencia[1]. Es el pretexto que usa tu banco para arrebatarte tu casa, y en algunos casos, el sicario para ser contratado. Tal vez esto también contribuya a la relación directa que existe entre la desigualdad económica y el nivel de violencia que existe en una determinada región[2].

¿Por qué traigo esto a colación? Pues porque pienso que deberíamos aprovechar esta situación…

Imagina que entras a una gran cadena comercial, con una gran diversidad de productos y sí, tienen los precios marcados en dólares como siempre, pero además de ello muestran una segunda cifra: su precio en tiempo (Pt). Así pues, una computadora sería muy costosa si los materiales que utiliza para su producción demoraron miles, sino millones de años en formarse. Una funda de papas producidas localmente tendría un Pt muy bajo si comparamos con unas papas importadas (puesto que el petróleo que se utiliza para su transporte, que demoró muchos años en producirse, incrementaría el precio desmedidamente).

Las artesanías empiezan a mostrar el tiempo dedicado y claro, en función de la calidad habrá unos que logren maravillas en menor tiempo. Y si alguien compra una máquina, pues de alguna manera tendrá que incluir el costo de fabricación de esa maquinaria dentro del Pt.

Cuando la gente llega a Ecuador y visita Quito, el patrimonio cultural de la humanidad, ve el precio de algunas instalaciones: siglos, pero también se le indica en su tour al Yasuní que la selva está avalada en unos cuantos millones de años.

Cuando te realizan la entrevista en una empresa, no sólo te dicen cuanto vas a ganar y qué puesto vas a tener, sino que además te dicen cuál será tu tiempo buen vivido TBV, es decir aquel que podrás dedicar al ocio, la contemplación, el deporte, el amor y la amistad, etc.[3]

En base a estas simples medidas, se empieza a evidenciar el descontento de la gente, quienes pronto exigen que se haga algo al respecto, varias instituciones estatales inician con la creación de un índice de externalidades, que permite hacer una comparativa entre el precio del mercado y el Pt. Eventualmente este empieza a desplegarse con colores verde, amarrillo y rojo. La gente que se acerca a estos percheros marcados empieza a ser mal vista, las empresas dejan de percibir ganancias, se establece una superintendencia de control de externalidades. Poco a poco se empieza a migrar los procesos para producir con menor coeficiente, las medidas se tornan más severas. Es el nuevo ISO.

Referencias
[1] Graber D., En deuda: Una historia alternativa de la economía, Grupo Planeta, 2012
[2] Wilkinson R., Pickett K., Desigualdad: Un análisis de la (in)felicidad colectiva, Turner Publicaciones, S.L., 2009
[3] Ramírez R., La vida (buena) como riqueza de los pueblos, Editorial IAEN, 2012