Lessig: boicotear el sistema desde la oficina oval

Un abogado de esos que cambian el mundo rechazó la propuesta de un amigo de venir a Ecuador, le dijo —off-the-record— que él nunca bajaba del paralelo 35 norte, porque le gustaba pelear “donde el capitalismo toma sus decisiones y no donde come tierra y chupa sangre”. Tómense un tiempo para digerir eso. Lo que estaba diciendo es que nuestras democracias eran un simulacro porque lo que mandaba realmente era el dinero.

“Oye, país rico, préstame plata”

“No hay problema amigo del tercer mundo, pero necesito que me hagas un favor”.

Nuestra política económica —así como la de la mayoría de países en vías de desarrollo— se ha visto maniatada de siempre por exigencias del mundo exterior. En el caso de Estados Unidos, fueron las exigencias del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, las que quebraron nuestras economías en épocas de boom petrolero, bananero, cacaotero… o al menos así nos gusta pensar. Nos daban plata pero teníamos que buscarnos la vida y pagar por acceso a la salud, a la educación, a las carreteras y por eso botamos a Lucio —les exijo también un poco de corresponsabilidad—. Luego vino Correa y la expansión del “estado de bienestar”: Ecuador decidía en qué gastar pero para hacerlo tuvo que embargar lo que las generaciones futuras debían heredar. China no tiene aquí empresas que se beneficien de la privatización así que la condición requerida fueron nuestros recursos —a un precio barato— que ellos necesitaban para poderse desarrollar.

Hay variantes, pero en países pequeños, son estas presiones exteriores las que determinan el quehacer de la política local. Hace poco firmamos un acuerdo comercial de libre comercio con la Unión Europea, gracias al cual nos quedamos prácticamente sin política fiscal. Y esto no es nada porque, mientras escribo, Estados Unidos negocia con decenas de países tres tratados secretos —TTP, TTIP & TISA— que atarán de manos a la economía mundial. Déjenme decir eso de otra manera: Las corporaciones de Estados Unidos están negociando en secreto con representantes de 34 países el futuro de la educación, de la medicina, de la propiedad intelectual, del poder del Estado sobre las empresas y los países firmantes en conjunto comprenden dos tercios del producto interno bruto global.

Hablar de política económica extranjera es hablar de política local, pero es lo que en el fútbol ecuatoriano correspondería a la “serie A”.

A eso se enfrentó recientemente el exministro griego, Yanis Varoufakis, cuando el titular alemán de Finanzas —y líder de facto de la política económica europea—, Wolfgang Schäuble, le dijo que unas elecciones “no podían obligar a un cambio de política” y que debía aplicar la receta que la Unión Europea tenía ya prescrita para Grecia.

«Deberíamos haber entregado el poder, como habíamos dicho que haríamos, a quienes pueden mirar en los ojos a la gente y decir lo que nosotros no podemos: ‘El acuerdo es duro, pero se puede cumplir de tal manera que haya espacio para la esperanza de que podemos recuperarnos y superar la catástrofe humanitaria’”, dijo Varoufakis tras ser obligado a renunciar a su cargo, por presiones directas de la Comisión Europea. La “receta” sigue siendo aplicada en Grecia a pesar de que un referéndum realizado en julio de este año indicaba que 61% de la población se le opuso.

“Deberíamos haber entregado el poder”, esa frase del exministro griego marcó la frontera entre lo que es y lo que debe ser.

El 35% de las exportaciones ecuatorianas van a Estados Unidos y parte de nuestro financiamiento proviene, otra vez, del FMI y bancos gringos privados como Goldman Sachs. El antiimperialismo nos duró lo que el financiamiento alterno y ahora nos va a tocar —a los de a pie— clasificar de alguna manera a esa “serie A”.

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A finales de 2013, el 96% de los estadounidenses consideraba importante “reducir la influencia del dinero en la política”, pero el 91% no creía que fuese posible. En cierta manera, Estados Unidos es el microcosmos en el que se refleja la gobernanza mundial —que está fuera del alcance de nuestros conceptos vagos de derecha e izquierda—. Sin importar tu partido político, ser un candidato electo en ese país, implica seguir un camino que tiene un estricto control corporativo: “Contratas a unos consultores muy costosos. Ellos hablan con donantes con mucho dinero. Acudes a los ejecutivos de las grandes empresas y los persuades para que piensen que te gustan las mismas cosas que a ellos; y el resultado es que la mayoría de gente en el congreso es muy amigable con los negocios y está financiada por las corporaciones”. RIP Aaron Swartz.

Ciertamente se trata de un problema que la mayoría de candidatos están dispuestos a ignorar. Y para que suficiente gente te escuche, tienes que escalar unos cuantos peldaños que, de paso, van sepultando deseos legítimos de cambio social. En Ecuador esto no es muy diferente, para acceder al fondo partidista, tienes que haber logrado un porcentaje de firmas o votos significativo —el 0.5% del padrón electoral— ergo tienes que haber usado medios cooptados por corporaciones privadas o por el Estado; en otras palabras ser candidato es haberle vendido un poco de alma al diablo.

Así que Lawrence Lessig —inserte aquí la descripción más cool que se le ocurra sobre el fundador del movimiento de cultura libre y de las licencias Creative Commons— decidió que para cambiar el sistema, tiene que reunir mucho dinero, pero que esté libre de condicionamientos, no strings attached. Hizo lo que todo chico desesperado y con pocos recursos hubiera hecho en ese momento: lanzar una petición en línea. Este abogado y académico, fundador del Centro para el Internet y la Sociedad en la propia Universidad de Stanford, pretende financiar su campaña para presidente de Estados Unidos con lo que sea que la gente le pueda dar en Internet.

Lo segundo en su lista fue quitarle el copyright a su oferta. “Esto no se trata de un candidato sino de una idea”, dice su página web. Si encuentran alguien con más posibilidades que Lessig, lo pondrán de candidato porque, sin importar quien se siente en la oficina oval, el objetivo es un referéndum nacional para modificar la constitución y divorciar finalmente al dinero de la política, y así eliminar las ciudadanías de segunda categoría y que todos puedan acceder al poder político real.

La tercera cosa importante, es que quien sea que acepte la candidatura deberá también firmar una carta de renuncia. «Deberíamos haber entregado el poder». El momento en que se haga efectiva la propuesta, el presidente dimite y su vicepresidente asumirá las riendas con un congreso libre de deuda corporativa pero con una enorme deuda moral. Así, suponemos, se quiere espantar a la gente que quiera aprovecharse de esta plataforma para llegar al poder. Las ideas—reza el eslogan pop—son a prueba de balas.

Finalmente, la estrategia: se podía hablar de política seriamente sin hablar de la falla estructural en el sistema de representatividad, hasta hoy. Cada cuatro años, las cadenas televisivas y radiales de las empresas que financian las campañas de ambos partidos, los presentaban sin esperar sobresalto alguno. En esta ocasión, sin embargo, uno de los candidatos —el candidato-referéndum, como Lessig se ha denominado— será quien realice las preguntas incómodas, para que este se convierta en un asunto que nadie pueda ignorar: ¿Cómo se puede lograr una ley sobre el cambio climático o límites sensatos a las armas sin lidiar con el lobby corporativo en la elección de representantes? ¿Cómo reformar Wall Street, sin hacer frente a cómo actualmente financian las campañas? ¿Cómo, sino divorciando al Estado y al dinero, se puede hacer frente a las empresas aseguradoras?

Esta fue la estrategia aplicada por el senador Eugene McCarthy en las elecciones de 1967 para sacar a la luz el tema de la guerra de Vietnam. McCarthy no ganó, pero su tema se convirtió en uno que ningún otro candidato pudo ignorar.

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Si Lessig consigue el financiamiento adecuado, se centrará en los Estados donde tienen lugar las primeras elecciones primarias presidenciales: Iowa, New Hampshire, Nevada y Carolina del Sur. Si logra juntar 1% en tres encuestas nacionales en las semanas previas, aparecerá junto a los otros candidatos demócratas para los debates presidenciales televisados a nivel internacional. “Lo que queremos hacer es construir una vía para que la gente más progresista, más activista sea elegida en el Congreso para que puedan empezar a producir un cambio social real”, diría Swartz.

Rafael Correa siempre ha dicho —y por ende todos sus fans y Alianza País piensan igual— que Estados Unidos es una gran nación, pero que el problema son las decisiones de su gobierno. Y todos sabemos que lo que sea que ellos decidan incidirá en la realpolitik de nuestro país. Si entregamos el control de ese timón a la gente que, como nosotros, sufre el despotismo de un puñado de corporaciones, si flexibilizamos su sistema para que más razón y menos fuerza puedan estar en la oficina oval, nuestra política económica podría cambiar radicalmente. Y esta es la idea que les quiero presentar: es tiempo de hacerle barras —quizá con dólares (resulta que sólo puedes donar a la campaña si eres estadounidense o un residente permanente en Estados Unidos)— al candidato que lo puede lograr.

Seamos realistas, Internet puede ganar las elecciones de Estados Unidos. Internet puede lograr que, de hoy en adelante, el congreso del país con el mayor ejército del mundo esté en las manos de la gente de Estados Unidos y no de las corporaciones que ganan dinero con la guerra. Podemos detener la escalada en la protección absurda y deshonesta de la propiedad intelectual. Podemos lograr que las negociaciones sobre los dos tercios del producto interno bruto mundial sean transparentes —y que no sea sólo Wikileaks quien empuje para que se publique ese texto— y que ese mismo país deje de ser el único sin adherirse al protocolo de Kyoto sobre el cambio climático propuesto por su exvicepresidente. Podemos cambiar el mundo o, en palabras de Jacob Appelbaum, “la utopía es imposible [y] todo aquel que no es un utópico es un idiota”. No seas un idiota.

Elecciones 2014: Cuando no queda más opción…

Durante estas semanas se ha visto una intensa actividad en mi ciudad natal, se aproximan las elecciones para alcalde con dos candidatos encabezando las encuestas. El primero va por la reelección, sus obras han beneficiado a algunos y causado malestar a otros. Personalmente, me agrada mucho que se haya dado espacio para la movilidad con las ciclovías y los espacios públicos peatonales en algunos casos, pero es verdad que hay también problemas… Uno de los sitios de encuentro más emblemáticos, por ejemplo, tuvo que cerrar sus puertas debido a que las obras impidieron un fácil acceso a sus clientes por cerca de 8 meses. No estoy para nada de acuerdo con la construcción de un metro y ciertamente tengo mis dudas sobre cuáles fueron las verdaderas razones detrás de la construcción del nuevo aeropuerto[1].

No voy a hacer un análisis de su gestión. Simplemente no estoy calificado y creo que estaría siendo injusto pero pienso que como cualquier persona en funciones puede ser criticado por lo que ha hecho o dejado de hacer.

El otro candidato es, en palabras propias, un «centro progresista» pero que claramente exhibe tendencias de derecha. Su propuesta no difiere mucho de la del contrincante a decir de varios urbanistas y abogados quiteños. Se perciben los vacíos, se quiere cobrar menos y hacer más. Se culpa de ineficiencia a la gestión actual pero realmente no se vislumbran nuevas soluciones. Es predecible que, de ganar, la gestión probablemente no supere a la actual. En general, Quito siempre ha tenido desconfianza por este tipo de candidato.

Si sólo nos fijamos en estos primeros antecedentes, parecería bastante obvio que Barrera tiene las de ganar. Y evidentemente así era, hasta hace un mes cuando las encuestas empezaron a mostrar una tendencia a la baja y un casi inexplicable ascenso de Rodas…

Otro «fenómeno» particular en estas elecciones han sido las cartas que han empezado a surgir aquí y allá. Las primeras que leí provenían del sitio gkillcity.com y buscaban aclaratorias sobre la futura gestión de los candidatos. Luego de este se dio una avalancha de correos que han sido bastante bien documentada por Rosa María Torres en su blog. No leer esas cartas sería perderse la otra mitad del contexto de las elecciones capitalinas.

La cuestión va más o menos así. Una gran porción de quiteños está votando por Mauricio Rodas (el candidato de oposición), precisamente por no seguir dando su voto al partido oficial del presidente, de hecho la carta más popular enumera sus razones algo así:

¿Te acuerdas del Yasuní?
¿Te acuerdas del Jaime Guevara?
¿Te acuerdas de Bonil?
¿Te acuerdas de las bullas del Mejía y del Central Técnico?
¿Te acuerdas de los #10deLuluncto?

Todos estos son encontrones que ha tenido el presidente con quiteños. Si a esto se le suma que el discurso oficial siempre repite que haber ganado las elecciones es un indicativo de apoyo popular indiscutible y una excusa para transgredir cualquier otro principio también mutuamente acordado, es de entender que los quiteños realmente no buscan la privatización de los servicios públicos, no quieren perder los espacios que el municipio ha brindado a la ciudadanía, no están interesados en retirar las ciclovías como lo propuso el candidato Rodas; lo que la gran mayoría quiere es restituir cierto equilibrio de poder (quitárselo al gobierno) o darle una metafórica bofetada en el rostro al partido que ha humillado constantemente a la población.

James Gilligan dice: la principal causa de violencia es la vergüenza, ser víctima de desprecio. Y esto es igual seas un asesino serial o un simple ciudadano que ha escuchado la sabatina. Para muchos capitalinos «It’s payback time».

Preocupados, muchos sectores «de izquierda» ven esta tendencia sin saber qué dirección tomar. Un amigo mío tuiteaba:

Mi percepción al respecto es que nos hemos puesto a reflexionar demasiado tarde. Y cuando digo «nos» me refiero a los quiteños pero también al partido de gobierno. Creo que todos tenemos aspiraciones comunes pero no hemos sabido manejar el diálogo nacional adecuadamente, hemos sido abusivos en ciertos aspectos y en otros todo lo contrario. Reestablecer esas líneas de diálogo a estas alturas es quizá lo último que podría salvar a los quiteños de terminar sometidos a un poder déspota e irrespetuoso, gane quien gane.

Por mi parte, las veo negras. No creo que se desarrolle ningún escenario positivo tras estas elecciones, considerando el corto tiempo que queda. Lo cual me hizo pensar en las elecciones 2017, tampoco nos queda mucho tiempo para esas pero ciertamente hay más oportunidad.

Rafael Correa ya no podrá ser reelecto lo que dejará a su partido de lo más fragmentado. Ya se anda hablando de los candidatos de «izquierda» y «derecha» dentro de la propia Alianza País. Las estructuras estatales se encontrarán débiles debido a la falta de dinero[2], y a menos que se fragüe una opción adecuada, País no sólo correrá el riesgo de perder una o dos alcaldías sino todo el territorio.

Me gustaría pensar que seremos astutos, que aquellos que vemos el mérito en ciertas políticas actuales seamos capaces de formular una propuesta que se enfoque (como dicen la constitución, el plan nacional del buen vivir y el manual para la creación de políticas sectoriales) en los derechos humanos y de la naturaleza. Sueño con que los candidatos desarrollen y oferten plataformas de democracia líquida, que permitan a los individuos votar directamente sobre a dónde va el presupuesto, si se explota o no el Yasuní, si quieren parques de cemento o más verdor, si se debe firmar un acuerdo de libre comercio o invertir en desagregación tecnológica. Y que además seamos capaces de reunir un equipo técnico que transmita adecuadamente la coyuntura a la ciudadanía.

Conozco a muchos ciudadanos capaces, a urbanistas fenomenales que rozan la estructura pública sin involucrarse del todo, y sabiamente (es nuestro deber mantener la fortaleza de la sociedad civil); abogados que están en capacidad de lidiar con los retos más grandes impuestos a modo de herencia cultural, a activistas y desarrolladores. Quiero que las próximas elecciones podamos ofrecer a las personas un nuevo paradigma y seamos capaces de decirle: El candidato eres tú, sin importar qué partido gane. Tenemos las herramientas y también los pretextos ¿Qué vamos a usar?

Referencias
[1] Gallegos Enrique y Araújo, Nelly, Corrupción de alto vuelo, Quito, 2010.
[2] Spurrier Walter, 2017, El Comercio, 21 de enero de 2014.